Hace 5 siglos eran las ventanas. A través de sus marcos se forjaron las más sólidas amistades, los más grandes romances, las pasiones más incontrolables. Bien lo reflejó Shakespeare con Romeo y Julieta, los amantes de Verona, producto de una época donde el hombre era libre, soñador, despreocupado.
El cambio en el ritmo de vida, la evolución tecnológica y la pérdida de la inocencia romántica marcaron el fin de la era de las ventanas. Ya nadie lleva poemas de amor a las puertas de su pretendida, no se tocan serenatas a la luz de la luna, no se conspiran travesuras ni se discuten labores futuras en esas pequeñas rendijas al mundo.
Pero todo lo bueno busca maneras de regresar –excepto la moda de los 80, que regresó siendo mala. Las ventanas ahora se encuentran en otro formato, el electrónico, esperando ser abiertas para cumplir nuevamente esa parte humana que tantos cuentos, poemas y canciones inspiró a la humanidad.
Abro una ventana y encuentro inspiración, una tan profunda que me hace escribir como Neruda, Víctor Hugo o Pulitzer –sólo para ser corregido después-; abro otra y ofrezco melodías en calidad de audio digital, como el mejor de los músicos; me alejo de mi pantalla y veo cómo, de la nada, se forman nuevos lazos, cambia la dinámica de mi vida.
Porque el hombre es un animal de hábito, y la ventana estuvo allí, esperando su regreso triunfal. Es por eso que sigo abriendo ventanas, moviendo emociones, escudriñando sentimientos, y me siento feliz. Feliz de ser un poeta digital, Cyrano de la Internet, trovador del mp3. Espero que, al apagar el equipo, la realidad sea tan buena, sino mejor, que mi experiencia virtual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario